jueves, 27 de septiembre de 2012

La sombra de la estelada

Tengo muchos amigos catalanes. Siempre, desde que tenía siete años, he admirado la ciudad de Barcelona y más a su emblemático club deportivo. Llevo siete años viviendo en L'Hospitalet de Llobregat y, después de casi un tercio de mi vida habitando estos lares, también me siento en parte catalán. Por supuesto, entre otras muchas prácticas autóctonas, ya he almorzado con pa amb tomaquet, he aprendido el idioma de esta tierra, he visitado todas sus provincias, he cantado els segadors y he portado una senyera.

No sé cuántas cosas más hacen falta para formar parte de una idiosincracia, pero quizás ya he dado pasos suficientes para, al menos, ser primo lejano. Como a la mayoría de los catalanes, siento como propio el debate iniciado sobre el futuro institucional de Catalunya. En cierto sentido, también es una disyuntiva que emerge desde mi intimidad. Probablemente, muchos de mis amigos y vecinos compartan la necesidad de posicionarse, desde, tal vez, sus impulsos más 'sentidos'. Desde luego, parece que 'pertenecer' a una bandera es un asunto que va más allá de la política institucional, entra en el ámbito de la política de lo íntimo, del quién soy, de dónde vengo y a dónde voy.

Desde mi adolescencia, he venido admirando el recurrente orgullo con el que se suele enarbolar el valor de la diferencia en este país, sobre todo en su capital, Barcelona, habitualmente con escasos prejuicios hacia la vanguardia. Siempre me ha atraído la capacidad que tienen en esta tierra para crear, recrear y promocionar su 'desdibujada' identidad. Catalunya me inspira a pensar en una España habitada y sostenida precisamente sobre la diferencia y, como no, sobre el respeto, la libertad, la justicia y la igualdad. Me pone feliz la idea de otra España, donde cada uno de sus pueblos pueda sentir el orgullo de ser diferente y, a la vez, de compartir gran parte de sus rasgos con los vecinos más cercanos. Por supuesto, me gustaría una España con Catalunya, y no trazar más fronteras en Europa. Sin embargo, entiendo a quien pueda sentir la necesidad o la ilusión de instalar la estelada en el Parlamento Europeo o las Naciones Unidas, a pesar de que estas instituciones se estén presumiendo insuficientes hoy en día. También a mí me emocionaría ver elevar la bandera canaria (especialmente la de las siete estrellas) sobre un asta internacional. Pero, a pesar de mis aspiraciones identitarias más emotivas, creo que las banderas nacionales no hacen justicia, ni necesariamente igualdad y, ni mucho menos, libertad. 

Muestra de ello ha sido la moribunda legislatura que ha dirigido CiU en este país. Un partido que llegó al Palau de la Generalitat con el lema de ser "la luz al final del túnel" de una crísis económica que no acababa sino de comenzar, durante estos dos años no ha evitado dejar las arcas públicas sin liquidez, que suba el paro aceleradamente, que sus centros educativos y hospitalarios públicos se deterioren sin remedio, y tampoco que las ya exageradas diferencias entre los más ricos y el resto de las personas aumenten cada vez más. También ha sido pionero en el fomento del control policial más castrense, no ha dudado en aporrear las cabezas de los jóvenes y no tan jóvenes cuando han dicho NO, ha dejado indefensa a miles de familias ante esta enfermiza escalada de desahucios ejecutados por parte de bancos y cajas de ahorro sospechosas y en ruinas, se ha mostrado ineficiente en evitar que crezca como nunca la pobreza, etc.

Aún así, cual chivo expiatorio más rastrero, el señor Artur Mas y sus allegados han culpado de su sistémico fracaso, en un principio, a los adversarios políticos y, ahora, a sus vecinos, especialmente a los del sur. El soberanismo que trata de abanderar CiU no es más que una cutre y vil cortina de humo mediática que busca hablar de banderas y no de desigualdad, de injusticias o, simplemente, del deterioro económico e institucional al que han conducido a Catalunya sus políticos de primera fila. Se avecinan unas elecciones meticulosamente avanzadas y parece que, más que nunca, solo la senyera y la estelada serán sus protagonistas. ¡Qué lástima!