martes, 11 de diciembre de 2012

Cambios

Durante los últimos siete años he estudiado en la Universitat Autónoma de Barcelona. Recuerdo que hubieron muchas cosas que me sorprendieron al llegar al Campus, procedente de una Facultad de Sociología, en la Universidad de La Laguna, que ocupaba un piso del edificio en el que, mayoritariamente, se daban clases de Derecho. Algunas de las cosas que me llamaron la atención fueron las pintas de los alumnos y la de los profesores, la diversidad de idiomas que se hablaba en el césped y en sus aulas, la cantidad de aulas de informática y, por supuesto, el constante olor a tabaco y marihuana que se solía respirar en sus pasillos y, especialmente en las cafeterías. El bar de la plaça cívica estaba constantemente lleno de humo y, singularmente, en los meses de invierno, aquello parecía una discoteca sin música (de la época del free smoke). Cuando aprobaron la primera ley anti-tabaco, recuerdo haber pensado: "por mucha ley que aprueben, aquí en la Universidad será imposible". Hoy es muy poco probable encontrarse a alguien fumando en los pasillos y hasta en la cafetería. Y para que este cambio ocurriera, no fue necesaria la presencia de ningún policía, ni la imposición de sanciones de ningún tipo, ni muchos carteles, ni tan siquiera la existencia de algún grupo anti-humo. Parece como si esa ley, poco a poco, funcionara sola.

Sin duda, este dato forma parte de esos intereses que la Psicología Social no debiera despistar. ¿Cómo es posible cambiar nuestros comportamientos y pareceres más rutinarios cuando ningún aparato represivo claro nos obliga o nos alienta? Desde luego, como a la hora de conducir un coche, la existencia de normas no basta. Los habitantes de la Universitat Autònoma de Barcelona no dejaron de humear la cafetería por la simple aprobación de una ley anti-tabaco. Por analogía, la existencia de la propiedad intelectual y de las numerosas campañas publicitarias y legislativas en contra del intercambio no autorizado de datos digitales, no impedirá su crecimiento y normalización. Tampoco una gran proporción de catalanas y catalanes que recién celebraron la Eurocopa de la Selección española de fútbol, o las medallas de los Juegos Olímpicos, no pasaron a declararse independentistas ni por una manifestación, ni por el aliento de un President que ha gestionado nefastamente Catalunya. Y mucho menos, la ciudadanía española ha dejado de confiar en las instituciones del país, en los políticos que las ocupan y los medios de comunicación y las clases dominantes que las exhortan porque disponga de mucho menos dinero en unos bancos de dudosa calificación.

Si durante las últimas décadas del siglo pasado el humo dominaba los espacios cerrados y los platós de televisión, las industrias del cine y la música acumulaba capitales alrededor de unas pocas corporaciones vendiendo discos, VHS, DVDs,... Si en el año 1992 l'Estadi Lluís Companys ovacionaba la entrada triunfal del príncipe Felipe como abanderado del equipo olímpico español. Y si en aquellos tiempos, cada 6 de diciembre era la fiesta de la Constitución, hoy, a pocas semanas de acabar el 2012 (y hasta el Mundo según Mel Gibson), todo esto suena a blanco y negro. Recientemente, el barómetro del CIS de noviembre ya destaca que hay una inmensa mayoría de personas en España que creen insuficiente el actual modelo democrático diseñado a partir de 1978 y más de la mitad no están satisfechas con la Constitución aprobada ese mismo año. Desde luego, cambios como estos, veloces, pero contundentes, no tienen su origen simplemente en uno, dos o veinte eventos concretos, ni en una lista ingeniosa de nuevas normas. Tal vez, cuando comienzan a haber razones, circunstancias, sensaciones, ganas, palabras y aparatos para cambiar, solo un empujoncito basta para dudar de la legitimidad y el decoro de lo normal, deseando nuevos escenarios donde actuar. Veremos en qué quedará la olla que hirvió el 15 de mayo de 2011 y que parece que, no muchos meses después, ya ha comenzado a pitar.


jueves, 8 de noviembre de 2012

Hacer algo

Hace poco tuve una conversación con una amiga acerca de la Huelga General convocada en España para el 17 de noviembre. Alguien le preguntó si la secudaría y ella contestó que no. A todos los presentes nos sorprendió la virulencia con la que contestó y con la que expuso algunos argumentos. Uno de ellos era muy claro: "no servirá para nada." También otro era aún más contundente: "no puedo si quiero conservar el puesto de trabajo."

Al acabar la conversación comencé a sentir una consternación que ha ido in crecendo a lo largo de los últimos días. Resulta muy triste comprobar cómo, en el año 2012, se extiende tan claramente en la ciudadanía del país la sensación de vivir bajo condiciones propias más bien del siglo XIX o de la gran mayoría del XX. Y, sin duda, así parece ser. Hoy en día, sobran las razones para sentirnos así, con índices de paro históricos, salarios que caen en picado, un éxodo masivo de jóvenes estudiados, más de 500 familias desahuciadas cada día, impuestos que se marchan rumbo a Zurich vía Berlín, rentas de dudoso origen que siempre han estado allá sin pasar por Las Palmas, Barcelona ni Madrid, gobernantes que legislan lo contrario a lo prometido, oposiciones políticas embarcadas en luchas de liderazgo o en banderas nacionales, jóvenes (y no tanto) con alternativas apaleados por policías, Iniciativas Legislativas Populares sin noticias y rechazadas sin entrar en ningún parlamento, modelos territoriales y representativos claramente caducados, jefes de Estado que nadie ha elegido compinchados con la corrupción más mundana, y un larguísimo etcétera.

La consternación, la indignación, el desánimo y la desconfianza son ya términos cotidianos en las crónicas del día a día. También en los caminos al trabajo o en las colas del paro. Pero, sobre todo, en las mesas, cada vez más circundadas, de nuestras abuelas, a la hora de comer; en los sofás frente al televisor, en muchas conversaciones de whatsapp o en los posts de facebook y twitter. Parecemos perdidos en nuestro desencanto, pero seguros de nuestra inquietud. Sin duda, hoy más que hace mucho tiempo, pero mucho menos que dentro de poco, hace falta hacer algo para aunar la agitación y encauzar la zozobra. Hace falta reclamar y fortalecer propuestas nuevas, discursos interesantes, diferentes y, desde luego, hacer lo que podamos para que los responsables de todo esto dejen de tomarnos el pelo. Hace falta, sobre todo, hacernos respetar, desenfundar ingenio y disparar un ¡basta ya!

martes, 16 de octubre de 2012

La alienación de la clase política

Hace días que llevo dándole vueltas al tema de mi próxima entrada en el blog. Tengo algunas inquietudes que me rondan y de las que me gustaría hablar, pero últimamente todas ellas se pueden identificar bajo la etiqueta de "políticas". Sin duda, parece que, en los tiempos que corren, es inevitable el cuestionamiento y posicionamiento sobre el status quo político español, con todas las comillas que los más o menos caprichosos le quieran poner a esta nacionalidad. Pero, además, opinar (como versa la intención de este blog), es en sí mismo, un acto político, independientemente del tema que se prefiera. Por tanto, he tomado la decisión de no asustarme por el cariz que ha tomado, más o menos espontáneamente, El Variscaso.

A colación de esta inquietud, me llama especialmente la atención que, desde hace unos meses, si no unos años, llevo oyendo hablar de un concepto que parece estar generando numerosas controversias. Se trata de la "clase política". De hecho, recientemente se ha convertido en el tercer problema más preocupante de España, tras el paro y la situación económica. Altas dioptrías serían necesarias si no fuéramos capaces de caer en la cuenta de relacionar los lados de este triángulo como temas, tanto en el fondo, como en la forma, indiscutiblemente interdependientes. La ciudadanía de este país, de una forma abrumadora, se ha puesto de acuerdo en señalar los males y sus responsables, con una coherencia sorprendente. En términos generales, nuestro problema es que no hay trabajo debido a una crisis económica causada o incontenida por los profesionales representantes de nuestro poderes públicos.

Últimamente ando leyendo y escuchando protestas, pataleos y reticencias a el empleo de este concepto que parece, más bien, una elaboración un tanto remilgada de la popular concepción transmitida bajo la etiqueta "los políticos". Curiosamente, la mayoría de las disidencias provienen precisamente de los ámbitos políticos profesionales, tanto de partidos gobernantes, opositores, como residuales. El argumento que se suele blandir es que no todos los políticos son iguales y que la "clase política" (o "los políticos") no es más que una construcción incierta que desvirtúa la buena fe de los (muchos o pocos) políticos honrados. También suelen tratar de deslegitimar el término apelando, como insinué en el primer párrafo, a que la vida social es consustancialmente política. Sorprendentemente, también muchos de estos políticos, a la par que critican con ahínco la entidad de esta clase, sostienen la existencia de la "clase obrera", "los poderosos", "los ricos" o "la iglesia". Por supuesto que hay políticos ladrones, mentirosos o trepas, y políticos honrados, sinceros o trabajadores, al igual que ricos generosos o avaros u obreros obedientes o rebeldes. Pero, al margen de sus maneras particulares de comportarse, tanto los ricos, como los obreros, los curas o los barrenderos aúnan características que los convierten en grupos particulares, como se afirmaría en una clase de primero de sociología.

Lo que hacen los políticos profesionales negando su condición colectiva es muy similar a lo que sucedería si las personas que se encuentran en las categorías que he nombrado trataran de desvincularse de sus circunstancias. Por supuesto que, durante las últimas décadas, han habido políticos que han ejercido sin escrúpulos su poder y otros que poco poder han conseguido, pero la condición que los identifica en la misma clase es dedicarse reconocida, y en algunos casos profesionalmente, a la política institucional. Cuando la ciudadanía los señala como problema, los señala a todos, pero no como "justos que pagan por pecadores", sino como expresión del descontento generalizado con el actual sistema político español, en cualquiera de sus estamentos. Los gobernantes han demostrado ser unos ineficientes, en el mejor de los casos, y unos despiadados tiranos, en los peores. Los opositores se presumen ineficaces en sus alternativas y, sobre todo, en su pedagogía. Los residuales, por definición, no son capaces de escuchar y comprender las inquietudes de las mayorías. En cualquier caso, a la hora de trabajar por hacer de nuestro mundo un lugar más habitable y fraternal, independientemente de su adscripción ideológica, han fracasado todos. Espero que, ante la crisis de confianza en "los políticos" y el exponencial crecimiento, en cambio, de las inquietudes políticas, muchos profesionales y vocacionales sean capaces de admitir sus errores y la necesidad de un cambio radical en el status quo de la toma de decisiones públicas y en su manera habitual de "hacer política". ¡Es su responsabilidad!


jueves, 27 de septiembre de 2012

La sombra de la estelada

Tengo muchos amigos catalanes. Siempre, desde que tenía siete años, he admirado la ciudad de Barcelona y más a su emblemático club deportivo. Llevo siete años viviendo en L'Hospitalet de Llobregat y, después de casi un tercio de mi vida habitando estos lares, también me siento en parte catalán. Por supuesto, entre otras muchas prácticas autóctonas, ya he almorzado con pa amb tomaquet, he aprendido el idioma de esta tierra, he visitado todas sus provincias, he cantado els segadors y he portado una senyera.

No sé cuántas cosas más hacen falta para formar parte de una idiosincracia, pero quizás ya he dado pasos suficientes para, al menos, ser primo lejano. Como a la mayoría de los catalanes, siento como propio el debate iniciado sobre el futuro institucional de Catalunya. En cierto sentido, también es una disyuntiva que emerge desde mi intimidad. Probablemente, muchos de mis amigos y vecinos compartan la necesidad de posicionarse, desde, tal vez, sus impulsos más 'sentidos'. Desde luego, parece que 'pertenecer' a una bandera es un asunto que va más allá de la política institucional, entra en el ámbito de la política de lo íntimo, del quién soy, de dónde vengo y a dónde voy.

Desde mi adolescencia, he venido admirando el recurrente orgullo con el que se suele enarbolar el valor de la diferencia en este país, sobre todo en su capital, Barcelona, habitualmente con escasos prejuicios hacia la vanguardia. Siempre me ha atraído la capacidad que tienen en esta tierra para crear, recrear y promocionar su 'desdibujada' identidad. Catalunya me inspira a pensar en una España habitada y sostenida precisamente sobre la diferencia y, como no, sobre el respeto, la libertad, la justicia y la igualdad. Me pone feliz la idea de otra España, donde cada uno de sus pueblos pueda sentir el orgullo de ser diferente y, a la vez, de compartir gran parte de sus rasgos con los vecinos más cercanos. Por supuesto, me gustaría una España con Catalunya, y no trazar más fronteras en Europa. Sin embargo, entiendo a quien pueda sentir la necesidad o la ilusión de instalar la estelada en el Parlamento Europeo o las Naciones Unidas, a pesar de que estas instituciones se estén presumiendo insuficientes hoy en día. También a mí me emocionaría ver elevar la bandera canaria (especialmente la de las siete estrellas) sobre un asta internacional. Pero, a pesar de mis aspiraciones identitarias más emotivas, creo que las banderas nacionales no hacen justicia, ni necesariamente igualdad y, ni mucho menos, libertad. 

Muestra de ello ha sido la moribunda legislatura que ha dirigido CiU en este país. Un partido que llegó al Palau de la Generalitat con el lema de ser "la luz al final del túnel" de una crísis económica que no acababa sino de comenzar, durante estos dos años no ha evitado dejar las arcas públicas sin liquidez, que suba el paro aceleradamente, que sus centros educativos y hospitalarios públicos se deterioren sin remedio, y tampoco que las ya exageradas diferencias entre los más ricos y el resto de las personas aumenten cada vez más. También ha sido pionero en el fomento del control policial más castrense, no ha dudado en aporrear las cabezas de los jóvenes y no tan jóvenes cuando han dicho NO, ha dejado indefensa a miles de familias ante esta enfermiza escalada de desahucios ejecutados por parte de bancos y cajas de ahorro sospechosas y en ruinas, se ha mostrado ineficiente en evitar que crezca como nunca la pobreza, etc.

Aún así, cual chivo expiatorio más rastrero, el señor Artur Mas y sus allegados han culpado de su sistémico fracaso, en un principio, a los adversarios políticos y, ahora, a sus vecinos, especialmente a los del sur. El soberanismo que trata de abanderar CiU no es más que una cutre y vil cortina de humo mediática que busca hablar de banderas y no de desigualdad, de injusticias o, simplemente, del deterioro económico e institucional al que han conducido a Catalunya sus políticos de primera fila. Se avecinan unas elecciones meticulosamente avanzadas y parece que, más que nunca, solo la senyera y la estelada serán sus protagonistas. ¡Qué lástima!

lunes, 30 de julio de 2012

La pelota, los idiotas y la imaginación

Por estos días se cumplen 12 años del fallecimiento de Domingo Domínguez Luís, una persona suspicaz y genial en lo público y simplemente excelente en lo privado. Alguien que ilustró y cuidó a las personas que lo rodean con tal de saciar su gran vicio: la amistad. Fue un segundo padre para mí y hoy me gustaría compartir un artículo que escribí para el libro "Desde aquel árbol que se mueve", publicado en 2010 con motivo del décimo aniversario de su desaparición. Es un pequeño homenaje con el que quise recordar su figura y su condición humana más íntima...

lunes, 2 de julio de 2012

Crónica de otro fiasco

El pasado domingo 24 de junio, el CD Tenerife certificó su permanencia en la 2ª División B del fútbol español, perdiendo por 1 a 2 ante la Ponferradina, en el último partido de la fase de ascenso a 2ª A. Si ya fue una decepción enorme el descenso en dos años de la 1ª a la 2ª B, no ascender durante esta temporada ha sido una ecatombe muy difícil de digerir por parte del aficionado blanquiazul. Al día siguiente escuché numerosas críticas en los medios de comunicación y en la calle que arremetían contra casi todos: los jugadores, los entrenadores que pasaron por el banquillo durante esta temporada, el presidente del club, el Cabildo Insular, e incluso el propio Paulino Rivero. Es, sin duda, un episodio de crísis existencial de la institución, con una infraestructura planteada para el fútbol profesional, obligada a permanecer en una categoría semi-amateur, resulta difícil atinar en los responsables, porque todos forman parte del problema. Ahora, más que nunca, parece plantearse un futuro a la deriva.

Desgranar cómo se ha llegado a este punto será responsabilidad de los voceros e historiadores locales y ya veremos cuántas versiones leeremos. Lo que si parece evidente es que se ha seguido un modelo claro basado en contratación de jugadores en el mercado nacional que se estimaron adecuados para cada una de las tres categorías que ha ocupado el equipo en los últimos seis años de mandato del actual presidente del club: Miguel Concepción. Solamente en la temporada 2008-09 se demostró acertado, año en el que se consiguió ascender a Primera División. A partir de ahí, fiasco tras fiasco. A decir verdad, resulta un giro de tuerca esperpéntico a la política que han seguido los sucesivos presidentes blanquiazules, desde el propio Javier Pérez, conocido por ascender a primera división en dos ocasiones y otras tantas participaciones en la copa de la UEFFA, luego. Pero también por realizar los fichajes más caros de la historia del club y descender de la categoría de oro otro par de veces.

Hablando dos días antes del fatídico 24 de junio con un amigo que se está haciendo un especialista en operaciones bursátiles, discutíamos sobre la ética de la especulación. Para no desplegar todos los argumentos de esta conversación y así no aburrir al lector, simplemente diré que extraí como corolario que especular no tiene por qué ser malo en sí mismo. Uno puede esperar éxito de una inversión arriesgada si, con un conocimiento adecuado, se tiene la certeza de que su empresa prosperará. La historia reciente del CD Tenerife puede ser un buen ejemplo de una mala especulación, más bien ensoñación. No solo durante esta temporada que ahora termina, sino a lo largo de los últimos 20 años cuanto menos, los dirigentes del club y los otros tantos jerifaltes que lo respaldan económica y políticamente, han creído firmemente en la creación de un equipo profesional que ilusione a la afición tinerfeña. Y, en efecto, frente a la metáfora de la construcción, más adecuada para otras maneras de concebir un equipo de fútbol, llámense Barcelona, Athletic de Bilbao, incluso Sevilla, Real Sociedad o Betis; en Tenerife siempre se ha insistido en la pura creación de una escuadra  de fichajes competitivos, olvidando una base de jugadores criada y educada en el club. Sin una estructura de cantera que soporte la continuidad sostenible de un proyecto, las plantillas blanquiazules han reproducido el vaivén financiero de los burgueses chicharreros. En determinadas bonanzas salió bien, durante la mayoría del tiempo no tanto y, últimamente, fatal. Se ha especulado a golpe de talonario y se ha marginado el potencial de los jóvenes canarios. Ahora ni tenemos equipo, ni cantera y, si me apuran, ni futuro.

Algo similar ocurre con la propia sociedad canaria. Siendo en la actualidad una de las Comunidades Autónomas con más paro del Estado Español, fuimos, hace poco, quien más o quien menos, capaces de sacar pecho de una prosperidad que hoy en día se ha demostrado superflua y pasajera, carente de bases económicas sólidas, llevadas a cabo olvidando claramente el largo plazo. En lugar de cantera hablaremos de jóvenes sin empleo (más de la mitad), cuando decíamos fichajes, ahora diremos obras faraónicas, identidad en lugar de colores y Gobierno en el de Consejo de Administración. De esta manera, tal vez, podríamos ilustrar más nítidamente qué personajes se reparten las responsabilidades de ambos descalabros. Quizás sus despachos no anden muy alejados.


martes, 5 de junio de 2012

Días feriados

El miércoles pasado, día 30 de mayo, se celebró el que el oficialmente se designa como "Día de Canarias". En el Estado Español es costumbre y ley celebrar, durante el año, días oficiales de sus Comunidades Autónomas. Canarias es una de ellas, definida como nacionalidad en su Estatuto de Autonomía "en el marco de la unidad de la Nación española". Lo curioso de España es que es un país en el que el día en el que solemniza su unidad no se suele festejar mucha cosa. Lo habitual es que los días autonómicos sean más sentidos y celebrados que el del propio del conjunto del Estado. Es más, lo natural es leer numerosas consignas contra ese día: el 12 de octubre. Curiosidades de los matices que distinguen las naciones de sus nacionalidades.

En Canarias, el 30 de mayo suele ser un día tan conmemorado como criticado si, sin irnos más allá, atendemos a las entradas que solemos hacer muchos de los canarios en las redes sociales virtuales durante la jornada. Leí opiniones y vítores misceláneos, pero tendientes una polarización clara entre encantados y críticos. Los comentarios encantados expresaban orgullo y los críticos vergüenza de celebrar este día. El orgullo parecía generalmente fundamentarse sobre la oportunidad de exaltar los típicos rasgos atribuídos a la canariedad: el trabajo, la alegría, el sol, los volcanes, el mar, la arena, el timple y los bosques. La vergüenza estaba sustentada por el caracter colonial e impopular de la conmemoración.

Como hasta la fecha no tenía muy claro por qué era este día y no otro el designado oficialmente para celebrar nuestra canariedad, indagué un poco y caí en la cuenta en que se recordaban dos efemérides. Por un lado, oficialmente se conmemora la primera sesión del Parlamento de Canarias en 1983, presidido por Pedro Guerra Cabrera (padre del célebre cantautor Pedro Guerra). Por otro lado, cae la extraña coincidencia de que el 30 de mayo de 1481 Teneso Remidán, Guanarteme de Tamarán-Canaria (actual isla de Gran Canaria), firma la rendición de todas los pueblos de las Islas Canarias a los Reinos de las Españas, ante Fernando el Católico -rey de Aragón- en el pacto de Calatayud. Los críticos afirman que es humillante celebrar lo que claramente es el símbolo de la derrota de la población aborigen canaria ante los colonizadores europeos. Afirman, por tanto, que celebrar el día de Canarias en esta fecha constituye una fiesta colonialista. Pero yo no veo ningún problema en celebrar una derrota. En Catalunya, por ejemplo, la Diada Nacional catalana es el 11 de septiembre, día en que Barcelona se rinde ante la invasión borbónica en la Guerra de Sucesión. Por estos lares, tanto el más soberanista, como el que menos, siente y expresa la satisfacción de festejar el nacimiento de la nacionalidad catalana como respuesta a la opresión monárquica. Lo que si encuentro grave en Canarias es la desvinculación que se hace de la fecha y sus razones. Sin duda, un festejo tan señalado y trascendente para un pueblo debería dejar claro su origen, tal y como lo hacen los estadounidenses con su día de acción de gracias, los mexicanos con su grito o los catalanes con su diada. Tal vez, así sería mucho más fácil ponernos de acuerdo.

miércoles, 23 de mayo de 2012

El himno de la discordia

Ayer, la presidenta de la Comunidad de Madrid declaró que en el caso de que en la final de Copa del Rey las aficiones del Athletic de Bilbao y del Barcelona pitaran tanto el himno, como al príncipe, el partido debiera ser suspendido y reanudado a puerta cerrada. Parece ser, según leí en la prensa, que en España no hay precedente de ningún otro cargo público que haya propuesto jamás una medida similar ante la posibilidad de manifestaciones políticas en un campo de fútbol, ni siquiera durante la dictadura franquista, aunque en aquel entonces los gerifaltes territoriales se las solían gastar de otras maneras... Esperanza Aguirre trató de argumentar que silbar el himno e insultar al representante monárquico constituía un delito y que si los equipos no se sentían cómodos jugando la "Copa de España", mejor que no la disputaran. Para sustentar su propuesta censora, apeló al presumible independentismo y "separatismo" que suele expresar parte de ambas aficiones y las propuestas que han surgido esta semana para reivindicar durante el partido la oficialidad de las selecciones deportivas vasca, catalana y gallega. Según Espe, en un "país serio" no se le "falta al respeto" ni al himno ni al Jefe del Estado (o en este caso su representante). Pero también, en un país serio, como le gustaría a una supuesta liberal como ella, la libertad de expresión es un derecho fundamental e inviolable.

Un pequeño detalle, de entre otros, resalta en toda esta historia. Juan Carlos I, quien es el abanderado de este torneo, parece que no se asomará por el palco, sintoma claro del deterioro de su imagen en los últimos meses. Esto es llamativo, aunque los medios con más audiencia de España no se hagan mucho eco del detalle, porque es muy significativo que la presencia del Rey en un acto que lleva su nombre, dentro de su reino, sea fuente de discordia y se oculte para preservar una figura cada vez menos impoluta. Su reciente cacería, insultantemente fuera de lugar, la cada vez más evidente inutilidad de su cargo para mantener "la unidad de España" y, sobre todo, el profundo desapego que comienza a denotarse por parte de la castigada juventud española, crecida en libertad, igualdad e ilusión, pero fustigada ahora por la injusta y desigual realidad que les brinda el Estado Español en estos tiempos. Tal vez sea hora de preguntar de una vez por todas si queremos que este señor y su descendencia monopolicen un cargo que ha de representar a toda una ciudadanía pero que, en cambio, fue propuesto por un dictador.

Bajo mi juicio y mi sentido común, aprendidos durante 27 años de vida en este país, en la Europa del siglo XXI, después de tantas historias escuchadas con atención sobre igualitarismo, progreso y fraternidad, es fácil asumir que no deberían existir personas que son jefes de Estado por derecho de linaje, como ya he repetido en otras entradas anteriores de este blog. A los culés, mediocatalanes y canarios completos, como yo, nos gustaría ganar la Copa tantas veces la dispute nuestro equipo, pero también que esta no fuera de  ningún rey. También me gustaría que nuestro himno y nuestra bandera actuales, en sus versiones originales, no hubiesen sido impuestos por el dictador Franco tras un Golpe de Estado y una guerra innecesaria. Hay (al menos) mil y una razones para pitar y gritar aún hoy con más fuerza unos símbolos cada vez más pasados de moda y que no representan más que autoritarismo y desigualdad. Lo irresponsable sería no hacerlo.

lunes, 14 de mayo de 2012

La inmensidad de lo simple

Hace poco fui al cine a ver la película Intocable. El film sintetiza la relación entre un tetraplégico rico y un joven de un barrio periférico de París, recién salido de prisión por hurto y con inconfesables problemas familiares. Predomina el contraste, la bipolaridad y, a veces, el cliché: el rico es blanco y su cuerpo es débil y heterónomo; el pobre es negro, alto, fuerte y atlético. Ambos personajes viven en una sistemática melancolía, fruto de las circunstancias que les absorve. La relación comienza con la inesperada contratación del joven como ayudante personal del señor tetraplégico y acaba con una relación de amistad que van fraguando rompiendo barreras de variado tipo. La película transcurre en el relato de este tránsito entre una relación de tipo contractual y otra más intensa y espontánea. Durante la transmutación, las anécdotas que deja este encuentro cultural tan drástico entre el suburbio y las costumbres de alta alcurnia el espectador tiende, sin tregua, a reír, emocionarse y pensar.

Hay muchas películas que cuentan cosas increíbles y precisamente en ello radica su atractivo. Esta es una de ellas pero, además, esta es de esas donde la incredulidad se asienta sobre la sencillez con la que  la desgracia brinda la oportunidad a la brillantez. No es fácil que esto suceda, pero en la inconmensurabilidad de la vida cotidiana suelen pasar fenómenos de estas características sin que, en muchas veces, solamos darnos cuenta. A veces un solo gesto sirve para entender que hay que olvidarse de cierta persona, otras, ese mismo gesto nos invita a acercarnos. En no pocas situaciones pocas palabras bastan y en innumerables un saludo se convierte en una tertulia en un bar. Es difícil saber cuándo y cómo se presentará una nueva simpleza que vuelva a abrir la puerta a la inmensidad de las sensaciones... Por ahora, simplemente rememorar una buena película sin más abalorios de los que surgen de una curiosa amistad.

jueves, 26 de abril de 2012

Un mundo esférico

Estos días he mantenido una discusión muy distendida con un amigo acerca de la relevancia del fútbol para las personas "de a pie" como nosotros. En su caso es inexistente y en el mío sustancial. A priori, en la discusión, tiene todas las de ganar. El fútbol es un espectáculo que solemos presenciar por televisión y lo más cerca que uno puede estar de marcar un gol es gritando, desde una grada, a un mínimo de 30 metros del balón. Sin duda, tenemos una capacidad muy limitada para participar en el desarrollo de un partido pero, aún así, gritamos, lloramos, cantamos, nos bañamos en alcohol o nos decepcionamos profundamente por nuestro equipo ¡Menuda paradoja! Pocas alternativas nos quedan que pensar que somos unos tremendos idiotas. Pero, sin restar certeza a tan cruel hipótesis, algunos detalles podrían aclarar este dislate.

Al margen de la tentación estética que suelen desplegar los malabarismos con los pies, los aficionados y forofos nos sentimos atraídos por la victoria, temerosos por la derrota, excitados por la acción e indignados por la injusticia, entre otras motivaciones. Pero lo que más me llama la atención del fútbol televisado es su capacidad evocativa. Si nos preguntamos ¿de qué hablamos cuando hablamos de fútbol?, prestando algo de atención, en la mayoría de conversaciones sobre este deporte (y otros), no solo se habla de jugadores, pelotas, césped y porterías. En no pocas ocasiones hablar de una jugada apela a modelos tácticos, disciplina, compañerismo, actitud, ingenio, identidad y hasta gestión económica e imagen corporativa. Esta capacidad para evocar preguntas, debates, reflexiones y sensaciones no es exclusiva de este deporte, los seres humanos somos generalmente creativos y cualquier excusa nos basta para darle vueltas al mundo una y otra vez. Pero en nuestro país, el fútbol profesional es un fenómeno que se asoma en todas partes y que se suele vivir acompañado.

Otra amiga ayer mismo afirmaba que el fútbol le hace vibrar, le emociona, le sirve para aparcar su mundo del día a día por un rato, y rogaba a quien no le gustara que, por favor, le entendiera y le dejara disfrutar. Toda una defensa de la libertad pasional. A mí, a veces, este deporte y mi equipo, el Barça, más que distraer, me concentra toda la atención y, mientras el balón gira, le doy juego a la imaginación, el criterio, la ética, la estrategia y, como no, a la sinrazón. Y es que mientras el mundo da vueltas, a veces merece la pena echarlo a rodar por el césped,... a ver qué pasa.

sábado, 14 de abril de 2012

14 de abril

En el año 2012 no se necesitan muchos argumentos para justificar que el jefe de nuestra nación no debiera ser un señor con derechos de linaje. En un país que pretende mirar por encima del hombro a las monarquías árabes, a pesar de nuestra inferioridad económica, no se debiera presumir de igualdades, si, como en ellos, existen familias con privilegios por ley. En un Estado del siglo XXI que pretende abanderar los derechos humanos y la democracia por el mundo es vergonzante que se rija por una monarquía de dudosa legitimidad, recolocada por el dictador Franco y confirmada en una Constitución votada como un menú de boda, sin derecho a cambiar ningún ingrediente. No es ejemplar, no nos enseña más que a vivir en una especie de servilismo enmascarado, donde los apellidos pesan más que las ideas, las palabras y el trabajo. No nos hace ningún bien, no mejora el escenario para generaciones futuras, y no nos muestra más que en un país con un puñado de privilegiados, de entre ellos resaltan unos, de caras poco ilustrativas, de secretos protegidos y de cotarros arbitrariamente repartidos. Ya es hora de dejar bien claro que no nos gusta la pinta que sigue teniendo la España posfranquista. Aún nos falta algo,... si no mucho.

viernes, 6 de abril de 2012

Protagonistas del cambio social. Nuevos retos de la acción social comunitaria desde el movimiento vecinal

Hace unos días colaboré con la nueva edición de "Quaderns de Carrer" que publicará la FAVB en los próximos meses. Realicé un artículo a petición del Consejo de Redacción de Carrer sobre el papel de la acción comunitaria ante los retos que nos presenta la situación de crisis económica y social en la ciudad de Barcelona. Comparto el texto íntegro de este artículo, por si a alguien más le interesa:


miércoles, 4 de abril de 2012

Andalucía

Alberto Garzón Espinosa es un diputado de Izquierda Unida, un político muy locuaz y un economista que plantea ideas muy interesantes para abordar la actual crísis desde una perspectiva radicalmente diferente a la imperante hoy en día en los Gobiernos tanto en nuestro país, como en la Unión Europea. Recomiendo fervientemente su libro escrito con Vicenç Navarro y Juan Torres López: "Hay Alternativas". En él se desarrollan, de una manera muy didáctica, escritas casi para cualquier público mayor de 13 años, ideas y argumentos muy alejados de los planteados por los Gobiernos desde sus medios de comunicación, y otros afines, que defienden el recorte de prestaciones sociales para acabar con el desempleo y fundar una administración sostenible. Sin duda, este libro despliega muy bien un sin fin de planteamientos que llevan a pensar que el actual rumbo que están tomando nuestros países no es el adecuado. Garzón Espinosa es un pensador ingenioso y ejemplar. Hoy he leido una entrada en su blog: "¿Qué hacer en Andalucía?", donde realiza una reflexión muy interesante sobre el papel que debe ejercer Izquierda Unida en el desarrollo de políticas de gobierno de izquierdas necesarias y urgentes que acaben con la corrupción y las políticas económicas liberales e irresponsables llevadas a cabo durante 30 años de gobierno socialista, y que ayuden a incentivar la implicación social de la Administración Pública, más que a recortarla. IU ha de detener la avalancha conservadora y reaccionaria para incentivar el Estado de Bienestar. Sin embargo, plantea que IU debería permitir un gobierno en minoría del PSOE. Tal vez haya miedo a involucrarse en el Gobierno por desvincularse de la calle y los problemas cotidianos e importantes. Quizás se busque liderar el descontento social con el sistema político actual, manteniéndose en las fronteras de este. En cualquiera de los casos, la estrategia más honesta no parece que sea la que se centra en digámosle la estética de la política, aquella que pretende presentarse como la opción digna, sino la que se dedica a dignificar la política haciéndola responsable de los problemas de la gente, efectiva y justa en la solución de los mismos. Comparto una breve respuesta que le he hecho:

"La base de unas políticas que se destinen a no solo mantener sino mejorar las prestaciones y el incentivo social de la Administración Pública andaluza se sustentan en una reforma profunda de su actual status quo ejecutivo y legislativo, como bien argumentas en el texto. Sin duda, lo más fácil para el PSOE es gobernar en minoría, ya que es posible dejarse llevar por la ola neoclásica de las reformas en lo económico, incentivadas por el Gobierno central y dictadas en Berlín, acordando el reparto del pastel con el PP. Mientras, podrían seguir ejerciendo sus típicas pseudo políticas sociales de propaganda, a cambio de algunos apoyos de IU. El juego del poder es muy perverso cuando no se ejerce con impoluta responsabilidad. Tal vez, la opción más honesta, comprometida, seria y responsable sería pactar con el PSOE (un partido, recordemos, muy debilitado ahora en sus concepciones económicas más neoclásicas, al menos en sus bases) un programa de gobierno sustentado sobre una guía de ruta que plantee y ejecute las reformas necesarias para demostrar que “hay alternativas”. Si no somos capaces de hacer esto, ¿no nos estaríamos demostrando que la gente de izquierda está derrotada? ¿Debemos, o no debemos estar a la altura de las circunstancias que se nos presentan?"

lunes, 2 de abril de 2012

Un premio

El sábado un amigo me envió una noticia en la que la Asociación de Porfesores y Conferencistas (ATL) de Gran Bretaña pretende instigar al Gobierno británico para que investigue y limite el consumo de videojuegos violentos para los niños y niñas de primaria. En ese momento andaba ojeando un bolg que me había enviado otro colega, hacía tiempo, sobre el empleo de videojuegos como herramientas didácticas. Pensé: ¡Madre mía! Demasiado contraste para una mañana de fin de semana. Entonces le contesté a este segundo colega algo como lo que sigue.

Aunque durante años he leido algunos artículos y ensayos que recomiendan (e incluso idean formas adecuadas de hacerlo) el uso de videojuegos en la escuela para mejorar la eficacia didáctica de la labor docente, lo típico es encontrarse con campañas de aislamiento de los niños y jóvenes de estos artefactos desde las instituciones escolares. Uno de los mejores exponentes de investigadores que apuestan claramente por el empleo de los videojuegos en las aulas es James Paul Gee, quien tiene un libro muy ameno e ilustrativo: "Los que nos enseñan los videojuegos sobre el aprendizaje y el alfabetismo". Contrariamente a lo que rezan las investigaciones que suelen ser publicadas en revistas como "Psychological Science", "Media Psychology", o "Mass Communication & Society", algunos investigadores como Gee no solo plantean que los videojuegos (incluso los violentos) no son necesariamente un obstáculo para el desarrollo de las "tiernas" mentes de los niños y los adolescentes, sino que incluso si nos paramos a observar y a pensar un poco sobre cómo esto jóvenes practican con estos videojuegos, podríamos aprender mucho sobre cómo podríamos enfocar la enseñanza para que no solo sea más efectiva, sino inclusiva e interesante para muchos más alumnos de lo que son capaces de "reclutar" los métodos tradicionales de la escuela.

La clave, entonces, reside en tratar de averiguar o ensayar cómo emplear videojuegos para conseguir los objetivos de aprendizaje que se pretendan diseñar dentro del programa escolar. Por supuesto, ciertos videojuegos serán más apropiados para determinados objetivos y temáticas o asignaturas. Por ejemplo, es indiscutible la utilidad que podrían tener videojuegos como Age of Empires o Civilization para comprender algunos rasgos de la historia de la humanidad. Pero una vez escogido el videojuego idóneo, la "clase" no camina sola. La buena labor del enseñante consiste en integrar la herramienta en los discursos y narrativas que se pretendan trabajar. Tal vez se busque que el alumno solo reflexione, o tal vez que sea capaz de redactar crónicas sobre lo sucedido en las partidas relacionadas con el tema que se anda trabajando en el aula, o incluso que sean capaces de elaborar estrategias de competitividad y colaboración mutua, que creen guías de solución de problemans, o que entablen conexiones con otras personas fuera del aula para objetivos concretos, etc. Lo que sucede es que, como pasó con la invención de la pizarra o del Power Point, la labor didáctica ha de tender a la mímesis entre el discurso del profesor y la potencialidad de la herramienta.

Los videojuegos presentan todo un desafío para la enseñanza porque en muchas ocasiones erosiona los fundamentos del enseñante tradicional, la distancia que le separa de su alumnado, incluso hasta la propia secuencia de lo que entendemos por una "clase típica". Habría que inventar un premio para maestros que ideen diseños didácticos innovadores y eficaces que empleen videojuegos, así como otras herramientas más cercanas al mundo de los alumnos que al de los profesores.

martes, 27 de marzo de 2012

La flauta de Hamelin

Recientemente, el fin de semana pasado, se llevó a cabo el congreso de Convergència Democràtica de Catalunya. En él se decidió adoptar la Independencia (imagino para formar un Estado de pleno derecho en la ONU) como objetivo político del partido, para los próximos años. Tradicionalmente este partido ha sido encasillado en la derecha del espectro político catalán. También, cómo no, como un partido nacionalista. Esto es, partidario (valga la redundancia) de ensalzar las particularidades de una comunidad con aspiraciones de autonomía para sus órganos rectores. De esta manera, recientemente, sus intenciones más resaltables en esta empresa habían pasado por la adopción de la etiqueta de nación para el pueblo catalán y la negociación de un pacto fiscal bilateral entre las administraciones catalanas y estatales. A pesar de que durante el siglo XIX había sido la moderna burguesía barcelonesa, conjuntamente con su "brazo" político (con la Lliga como máximo exponente), la que se había apropiado de costumbres, tradiciones y rituales populares para convertirlas en objetos de culto de la causa catalanista, durante el siglo XX y XIX, han sigo ciertas tendencias de izquierdas las que han ido capitalizando el protagonismo en la causa nacionalista catalana. Tanto Convergència, como Unió, han sito tradicionalmente formaciones políticas de derechas y moderadas en las aspiraciones soberanistas, ahora el partido del President de la Generalitat ha adoptado el mismo objetivo que Esquerra Republicana de Catalunya.

Ayer escuché en una tertulia radiofónica que este giro se debe fundamentalmente a que el modelo autonómico español que pretendió solucionar el problema de la distribución territorial del estado ha acabado por ser el problema mismo. Tanto el más centralista, como el más independentista podrían argumentar que el modelo autonómico entra en una contradicción cuando plantea que el Estado Español es indisoluble y, en cambio, promueve el culto a las peculiaridades de cada comunidad. Lo que más me llama la atención de toda esta discordia es que es capaz de presentarse casi en cualquier ámbito, bajo cualquier pretexto, pero con pretensiones muy diversas, algunas perversas. Por ejemplo, en estos momentos en los que tanto en Catalunya, en España, en otros países de Europa, ya no digamos del mundo, la desigualdad social, tanto en oportunidades como en derechos, se ha visto exponencialmente acelerada, poniendo en peligro ya a los sistemas de bienestar, algunos precarios ya de por sí, que se habían ido asentando tras las grandes guerras mundiales, los miembros del Govern Catalá han fijado como objetivo ejemplar conseguir la soberanía de la nación catalana. Desconozco cuánto de responsabilidad en la situación crítica por la que están pasando muchas familias catalanas reside en el problema de la territorialidad de España, pero quizá promover la diferencia no ayude más que a producir más desigualdad. De la misma manera que durante años los canarios hemos afirmado que no somos África, dejando de preocuparnos por lo que pasa más allá de Fuerteventura, legitimando, e incluso estimulando, la desigualdad y la indiferencia, la energía con la que quiere el señor Mas hacer ondear la Estelada no haga más que contribuir a que los ciudadanos centremos nuestra indignación y esperanzas en el vaivén de las banderas. Sin duda su movimiento es más hipnótico que los números de la injusta política fiscal, del desfalco de las administraciones públicas, de la corrupción y de la ineficacia de la clase política... tanto de Catalunya como de España.

lunes, 19 de marzo de 2012

¡Viva la Pepa!

Hoy, 19 de marzo de 2012, se celebran 200 años de que tal día como hoy de 1812 se firmara la primera Constitución del Estado Español. Como han recordado desde los medios de comunicación, en La Pepa se promulgaron artículos que serían revolucionarios para la época, como la libertad de expresión, la separación de poderes o la soberanía emanada de la nación. Pero también había cobijo en ella para otros artículos no tan vistosos como aquel que establecía a la religión católica como la única religión verdadera, o el 22, que permitía la esclavitud en colonias españolas como Filipinas y Cuba.

En el acto magno que se llevó a cabo para celebrar tal efeméride bicentenaria, en Cádiz, había, sobre todo, políticos y autoridades estatales, autonómicas y locales. En el centro de la mesa que presidía el acto se sentaba el Rey y su esposa. Curiosamente don Juan Carlos es el tataratataranieto de Fernándo VII, el Rey que derogó dicha Constitución dos años después, tras la llamada guerra de independencia contra las tropas napoleónicas. También estaban en la mesa los presidentes de los poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) en este país, estos ya sí, con alguna relación con el voto soberano de la población, aunque tampoco demasiada.

La mayoría de los medios de comunicación de ámbito estatal han resaltado, sobre todo, dos cosas: el largo y caluroso aplauso que las autoridades brindaron al monarca tras su discurso, y la relación que estableció el presidente del gobierno entre el esfuerzo que llevaron a cabo los constituyentes de la época para promulgar La Pepa y el sacrificio que hoy le toca hacer al pueblo español con las reformas que está implementando el Gobierno. Resalto estos dos, digámosle, eventos porque conllevan un resaltable peso semiótico que nos puede brindar algunas luces para entender parte de la controversia que acompaña a la bandera española hoy, donde quiera que esta se instale.

En primer lugar, resulta de un desatino populista y una horterada vincular las condiciones que llevaron a las cortes de Cádiz a redactar y firmar la Constitución y el yugo que pretende instalar el actual Gobierno sobre las prestaciones sociales públicas. Este símil es de aquellos que rápidamente se pueden identificar con las exageraciones, la retórica barata o los chistes, si me apuran. Dejando a un lado el brinco histórico y los anacronismos, afirmar que es el mismo esfuerzo (o parecido) el que el pueblo español realizó al desafiar la invasión francesa y la hegemonía monárquica estableciendo, por su cuenta, su sistema de derechos y deberes, y los esfuerzos que se han de hacer ahora para evitar enfermar ante un sistema sanitario en decadencia, complementar la educación ante un sistema público deficitario, o cubrir con el soporte familiar la ausencia de ingresos por la falta de empleo y prestaciones, se convierte en un ejercicio perverso de persuasión, típico, en las últimas décadas, de nuestra clase política. Es natural sentirse no representado, cuando el contenido discrusivo de los representantes es desmentido constantemente por las evidencias más cotidianas, y aún más teniendo en cuenta la desigualdad identificable en el acceso a los recursos y al trato judicial hacia los poderosos y la gente de a pie.

Justamente un asunto judicial es el que envuelve al otro evento significativo que he resaltado. No hay duda para cualquiera de que el impulso al más de minuto y medio que las autoridades brindaron en aplausos al Rey, tras su discurso, reside en la causa abierta en la que su yerno, Iñaki Urdangarín, se encuentra imputado. Por supuesto, significa un espaldarazo de los políticos y otras autoridades a la figura del monarca y a su familia como imagen de la Jefatura del Estado, ante las perversiones que se han ido oyendo últimamente. No sé si estos aplausos son expresión de la soberanía popular, como promulga nuestra actual Constitución, tal vez sí. Aún así, no sé si un descuido, en el mejor de los casos, es digno de ser aplaudido. Pero lo que sí sé es que no en pocas otras ocasiones los súbditos han explotado en sus aplausos más calurosos a los monarcas y líderes cuando se encuentran debilitados. Parece un "señor, no sé si ellos, pero nosotros estamos con usted".

Lo curioso de toda este abanico significativo es la característica paradoxal que tiene a día de hoy la semántica de "la nación española". Desde el punto de vista de los adornos y el protocolo, que sea precisamente un rey el que presida un acto que conmemora la voluntad popular dice mucho de la fragilidad de toda la simbología que acompaña y refuerza, o debilita, la bandera amarilla y gualda que se impuso, por dos ocasiones, durante el siglo XX, una por obra de las armas y otra por consenso de las élites políticas. En nuestra era, ¿cómo es posible explicar a un niño que las decisiones se han de tomar democráticamente y que todos somos iguales ante la ley y el Estado, si necesitamos de un rey, por definición hereditario, para enarbolar nuestra voluntad como "nación"? Y ya en el plano del contenido discursivo, más conocido como palabrería, de la política que representa a nuestro país, ¿cómo explicar que nuestra nueva hazaña nacional consista en reducir todo lo que se pueda el ya insuficiente Estado de Bienestar español por imperativo de quienes no lo necesitan?

lunes, 12 de marzo de 2012

Una sobre videojuegos



A raíz de un artículo que me compartió recientemente un colega (Fuster, H., Oberst, U., Griffiths, M., Carbonell, X., Chamarro, A., Talarn, A. Motivación psicológica en los juegos de rol online: un estudio de jugadores españoles del World of Warcraft. Anales de Psicología (2012) 28, 274-280) me alegré de que entre los estudios cuantitativos hayan comenzado a abundar las investigaciones sobre aspectos digámosle constructivos sobre los videojuegos. Lo que ha solido ser la tónica es buscarles los defectos, es decir, los efectos perversos. La tesis suele ser la misma siempre: los seres humanos, en contacto con determinados artefactos, algunas veces videojuegos, otras móviles o Sálvame Deluxe, tienden a desnaturalizar su condición humana en una habitual concepción con aires rousseaurianos. Investigaciones como la de este estudio demuestran que la condición de lo humano tiene mucho que ver también con otros humanos, los artefactos y dispositivos. Casi que es el mismo debate entre evolucionismo y creacionismo en el plano filosófico y, sobre todo, político.

También se parece el debate sobre la, llamémosle hoy, fenomenología de los videojuegos que fluye tanto en el ámbito científico, como, sobre todo, en los medios de comunicación. Normalmente los videojuegos son concebidos como un fenómeno, a veces interesante, a veces detestable. La preocupación principal es: ¿perjudican o benefician al desarrollo de las personas? Los temas principales: ¿hacen a las personas más agresivas? ¿generan adicción? ¿potencian o impiden las relaciones sociales? ¿son un potencial educativo o una pérdida de tiempo? Pero los enfoques metodológicos que se ponen en marcha suelen ser muy concretos o abarcar el análisis de determinadas prácticas y la relación entre variables que se refieren a aspectos muy particulares como la influencia en la excitación que tiene que un determinado videojuego exponga con más o menos detalles la sangre o las vísceras de sus personajes.

La mayoría de este tipo de investigaciones pertenecen a la órbita de la metodología cuantitativa, pero también muchas otras de la otra acera también suelen investigar algo tan abstracto y universal como "la capacidad didáctica" de los videojuegos. Aún así, también hay muchas otra, en las que quiero situar mi perspectiva, que abordan a los videojuegos como algo muy diferente a un fenómeno social, desde su concepción más ortodoxa, al menos. En las prácticas con videojuegos se presentan pocos elementos universales y homogéneos a parte de una pantalla, una interfaz, unos controles y al menos un jugador. Hay videojuegos de muchas clases y algunos sin clase clara, también muchos tipos de jugadores y, sobre todo, un sinfin de contextos de una riqueza de agentes, relaciones, significantes y significados como para concebir que los videojuegos, de por sí, tengan uno, dos, o dos mil efectos. Hay más gracia en saber que el atractivo tradicional que suelen sentir las personas por los juegos y las oportunidades que brindan estos artefactos, con sus escenarios, historias, personajes e invitaciones a la interacción, están ligados a la capacidad humana para crear realidades cotidianas muy variadas, muchas de ellas con mayor peso ontológico que las rutinas más "productivas" del mundo laboral.


viernes, 9 de marzo de 2012

El primero

El Variscaso comienza y acaba en un instante, como la mayoría de los eventos perturbadores, por no decir todos. Normalmente desencadena dolor, pero a veces solo alerta. Sin embargo, preferiría que este espacio provocase inquietud. En cualquier caso, no es de mi menester especular siquiera sobre los efectos de las palabras. Tan solo me gustaría que El Variscaso condensara un largo tiket de instantes y dejáramos su semántica al ingenio de la lectura. Ya veremos...