martes, 16 de octubre de 2012

La alienación de la clase política

Hace días que llevo dándole vueltas al tema de mi próxima entrada en el blog. Tengo algunas inquietudes que me rondan y de las que me gustaría hablar, pero últimamente todas ellas se pueden identificar bajo la etiqueta de "políticas". Sin duda, parece que, en los tiempos que corren, es inevitable el cuestionamiento y posicionamiento sobre el status quo político español, con todas las comillas que los más o menos caprichosos le quieran poner a esta nacionalidad. Pero, además, opinar (como versa la intención de este blog), es en sí mismo, un acto político, independientemente del tema que se prefiera. Por tanto, he tomado la decisión de no asustarme por el cariz que ha tomado, más o menos espontáneamente, El Variscaso.

A colación de esta inquietud, me llama especialmente la atención que, desde hace unos meses, si no unos años, llevo oyendo hablar de un concepto que parece estar generando numerosas controversias. Se trata de la "clase política". De hecho, recientemente se ha convertido en el tercer problema más preocupante de España, tras el paro y la situación económica. Altas dioptrías serían necesarias si no fuéramos capaces de caer en la cuenta de relacionar los lados de este triángulo como temas, tanto en el fondo, como en la forma, indiscutiblemente interdependientes. La ciudadanía de este país, de una forma abrumadora, se ha puesto de acuerdo en señalar los males y sus responsables, con una coherencia sorprendente. En términos generales, nuestro problema es que no hay trabajo debido a una crisis económica causada o incontenida por los profesionales representantes de nuestro poderes públicos.

Últimamente ando leyendo y escuchando protestas, pataleos y reticencias a el empleo de este concepto que parece, más bien, una elaboración un tanto remilgada de la popular concepción transmitida bajo la etiqueta "los políticos". Curiosamente, la mayoría de las disidencias provienen precisamente de los ámbitos políticos profesionales, tanto de partidos gobernantes, opositores, como residuales. El argumento que se suele blandir es que no todos los políticos son iguales y que la "clase política" (o "los políticos") no es más que una construcción incierta que desvirtúa la buena fe de los (muchos o pocos) políticos honrados. También suelen tratar de deslegitimar el término apelando, como insinué en el primer párrafo, a que la vida social es consustancialmente política. Sorprendentemente, también muchos de estos políticos, a la par que critican con ahínco la entidad de esta clase, sostienen la existencia de la "clase obrera", "los poderosos", "los ricos" o "la iglesia". Por supuesto que hay políticos ladrones, mentirosos o trepas, y políticos honrados, sinceros o trabajadores, al igual que ricos generosos o avaros u obreros obedientes o rebeldes. Pero, al margen de sus maneras particulares de comportarse, tanto los ricos, como los obreros, los curas o los barrenderos aúnan características que los convierten en grupos particulares, como se afirmaría en una clase de primero de sociología.

Lo que hacen los políticos profesionales negando su condición colectiva es muy similar a lo que sucedería si las personas que se encuentran en las categorías que he nombrado trataran de desvincularse de sus circunstancias. Por supuesto que, durante las últimas décadas, han habido políticos que han ejercido sin escrúpulos su poder y otros que poco poder han conseguido, pero la condición que los identifica en la misma clase es dedicarse reconocida, y en algunos casos profesionalmente, a la política institucional. Cuando la ciudadanía los señala como problema, los señala a todos, pero no como "justos que pagan por pecadores", sino como expresión del descontento generalizado con el actual sistema político español, en cualquiera de sus estamentos. Los gobernantes han demostrado ser unos ineficientes, en el mejor de los casos, y unos despiadados tiranos, en los peores. Los opositores se presumen ineficaces en sus alternativas y, sobre todo, en su pedagogía. Los residuales, por definición, no son capaces de escuchar y comprender las inquietudes de las mayorías. En cualquier caso, a la hora de trabajar por hacer de nuestro mundo un lugar más habitable y fraternal, independientemente de su adscripción ideológica, han fracasado todos. Espero que, ante la crisis de confianza en "los políticos" y el exponencial crecimiento, en cambio, de las inquietudes políticas, muchos profesionales y vocacionales sean capaces de admitir sus errores y la necesidad de un cambio radical en el status quo de la toma de decisiones públicas y en su manera habitual de "hacer política". ¡Es su responsabilidad!