lunes, 14 de mayo de 2012

La inmensidad de lo simple

Hace poco fui al cine a ver la película Intocable. El film sintetiza la relación entre un tetraplégico rico y un joven de un barrio periférico de París, recién salido de prisión por hurto y con inconfesables problemas familiares. Predomina el contraste, la bipolaridad y, a veces, el cliché: el rico es blanco y su cuerpo es débil y heterónomo; el pobre es negro, alto, fuerte y atlético. Ambos personajes viven en una sistemática melancolía, fruto de las circunstancias que les absorve. La relación comienza con la inesperada contratación del joven como ayudante personal del señor tetraplégico y acaba con una relación de amistad que van fraguando rompiendo barreras de variado tipo. La película transcurre en el relato de este tránsito entre una relación de tipo contractual y otra más intensa y espontánea. Durante la transmutación, las anécdotas que deja este encuentro cultural tan drástico entre el suburbio y las costumbres de alta alcurnia el espectador tiende, sin tregua, a reír, emocionarse y pensar.

Hay muchas películas que cuentan cosas increíbles y precisamente en ello radica su atractivo. Esta es una de ellas pero, además, esta es de esas donde la incredulidad se asienta sobre la sencillez con la que  la desgracia brinda la oportunidad a la brillantez. No es fácil que esto suceda, pero en la inconmensurabilidad de la vida cotidiana suelen pasar fenómenos de estas características sin que, en muchas veces, solamos darnos cuenta. A veces un solo gesto sirve para entender que hay que olvidarse de cierta persona, otras, ese mismo gesto nos invita a acercarnos. En no pocas situaciones pocas palabras bastan y en innumerables un saludo se convierte en una tertulia en un bar. Es difícil saber cuándo y cómo se presentará una nueva simpleza que vuelva a abrir la puerta a la inmensidad de las sensaciones... Por ahora, simplemente rememorar una buena película sin más abalorios de los que surgen de una curiosa amistad.

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