jueves, 26 de abril de 2012

Un mundo esférico

Estos días he mantenido una discusión muy distendida con un amigo acerca de la relevancia del fútbol para las personas "de a pie" como nosotros. En su caso es inexistente y en el mío sustancial. A priori, en la discusión, tiene todas las de ganar. El fútbol es un espectáculo que solemos presenciar por televisión y lo más cerca que uno puede estar de marcar un gol es gritando, desde una grada, a un mínimo de 30 metros del balón. Sin duda, tenemos una capacidad muy limitada para participar en el desarrollo de un partido pero, aún así, gritamos, lloramos, cantamos, nos bañamos en alcohol o nos decepcionamos profundamente por nuestro equipo ¡Menuda paradoja! Pocas alternativas nos quedan que pensar que somos unos tremendos idiotas. Pero, sin restar certeza a tan cruel hipótesis, algunos detalles podrían aclarar este dislate.

Al margen de la tentación estética que suelen desplegar los malabarismos con los pies, los aficionados y forofos nos sentimos atraídos por la victoria, temerosos por la derrota, excitados por la acción e indignados por la injusticia, entre otras motivaciones. Pero lo que más me llama la atención del fútbol televisado es su capacidad evocativa. Si nos preguntamos ¿de qué hablamos cuando hablamos de fútbol?, prestando algo de atención, en la mayoría de conversaciones sobre este deporte (y otros), no solo se habla de jugadores, pelotas, césped y porterías. En no pocas ocasiones hablar de una jugada apela a modelos tácticos, disciplina, compañerismo, actitud, ingenio, identidad y hasta gestión económica e imagen corporativa. Esta capacidad para evocar preguntas, debates, reflexiones y sensaciones no es exclusiva de este deporte, los seres humanos somos generalmente creativos y cualquier excusa nos basta para darle vueltas al mundo una y otra vez. Pero en nuestro país, el fútbol profesional es un fenómeno que se asoma en todas partes y que se suele vivir acompañado.

Otra amiga ayer mismo afirmaba que el fútbol le hace vibrar, le emociona, le sirve para aparcar su mundo del día a día por un rato, y rogaba a quien no le gustara que, por favor, le entendiera y le dejara disfrutar. Toda una defensa de la libertad pasional. A mí, a veces, este deporte y mi equipo, el Barça, más que distraer, me concentra toda la atención y, mientras el balón gira, le doy juego a la imaginación, el criterio, la ética, la estrategia y, como no, a la sinrazón. Y es que mientras el mundo da vueltas, a veces merece la pena echarlo a rodar por el césped,... a ver qué pasa.

4 comentarios:

  1. ¿Y esto significa que el fútbol se ha de tomar en serio?

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  2. No lo creo, ¡pero sí que parece apasionante!

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  3. Felipe, creo que lo que Ancor dice es todo lo contrario, i.e., que el fútbol no hay que tomarlo en serio, sino dejarse llevar por la pasión y por conjeturas vacuas sobre el proceder de los jugadores. Ahora, me llama la atención el cierre de tu nota. Eso de poner a rodar al mundo por el césped, implica, sin lugar a dudas, darle patadas ¿no? Con eso no estoy de acuerdo. Por otro lado, si el mundo fuera la pelota y consentimos en darle patadas, ¿cuál sería la portería y qué significaría el gol?

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  4. Carlos, tu exigente giro de tuerca gráfico a la metáfora me ha dado que pensar durante días. Tampoco he llegado a grandes conclusiones, lo confieso. Aún así, quisiera aclarar que en el fútbol las patadas adquieren formas que se suelen contemplar con gusto, algunas de ellas despiertan un profundo apego, casi enamoran. Lejos de lo que pudiera parecer, tal y como concebimos las acciones de los pies en la vida cotidiana, las patadas contra el balón, en el fútbol, son un fetiche muy plástico e inquietante, toda una invitación a pensar el mundo del revés. Los goles y las porterías son otros dos grandes iconos y, aún más, suelen ser la meta que persigue la pelota. Si hay que desenmascarar la metáfora diría la portería es una insinuante silueta siempre visible, pero aparentemente inalcanzable. El gol, deseo y miedo, condición de victoria y de derrota... aunque también de empate.

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