Hace unos días colaboré con la nueva edición de "Quaderns de Carrer" que publicará la FAVB en los próximos meses. Realicé un artículo a petición del Consejo de Redacción de Carrer sobre el papel de la acción comunitaria ante los retos que nos presenta la situación de crisis económica y social en la ciudad de Barcelona. Comparto el texto íntegro de este artículo, por si a alguien más le interesa:
Tras más de cuarenta años de
lucha vecinal en las principales ciudades del Estado Español, el espacio urbano
se ha transformado radicalmente. Estas transformaciones han estado ligadas
muchas veces a la especulación económica de ciertos caciques metropolitanos,
pero no en pocas otras a la perseverancia del sentido común, enarbolado por
movimientos más apegados a la vida cotidiana que a las esferas de los poderes
locales. Pero además, las transformaciones urbanas, en la mayoría de los casos,
conviven con profundos cambios en las relaciones comunitarias.
Multiculturalidad, plurilingüismo, telecomunicaciones, tercialización y
precarización de las actividades económicas, flexibilidad horaria, etc. son
términos que acompañan la evolución de las relaciones entre los habitantes de
nuestras ciudades en las últimas décadas. En este sentido, Barcelona, de hecho,
ha funcionado, al menos desde los años noventa, como el espejo en el que muchas
clases políticas dominantes han querido mirar sus ciudades.
Sin duda, en cuestión de
innovación urbana, la capital catalana llevaba siglos marcando tendencias,
desde su particular revolución industrial. Pero, para el objeto de este texto,
me interesa que nos centremos en la evolución que han seguido las relaciones
urbanas desde, pongámosle, la celebración de los Juegos Olímpicos de 1992. Por
supuesto, los cambios demográficos, políticos y económicos de la dictadura
tardía y, sobre todo, de los años ochenta, el “reajuste” industrial y la
tercialización de la economía, tienen un gran peso en la comprensión de muchas
de las transformaciones aceleradas y articuladas a raíz de este evento, pero
sin duda, si hay que poner una línea de salida el año 92 es un buen referente.
Por engrosar las razones en el plano deportivo, recordemos que el Barça aquel
año ganó su primera Copa de Europa también. Aún así, tal vez el motivo más
relevante para tomar los inicios de los noventa para dar cobertura al comienzo
de esta reflexión es que constituyó una época en la que definitivamente la
ciudadanía se atrevió a mirar más hacia el futuro que hacia el pasado.
Esto no constituye en sí ninguna
virtud, sobre todo porque no pocos asuntos se entierran al dejar de girar la
mirada, pero en Barcelona se instauró en el vocablo político y ciudadano la
controvertida y teleológica idea de la modernización urbana. Curiosamente es
una época en la que se entraba de lleno en la nueva lógica europea, proyecto
inclusivo en lo cultural y desigual en lo económico. Durante los noventa maceró
la promesa de una nueva era prospera, libre y más justa. Hoy, tras más de
cuatro años de crisis financiera mundial, el Estado Español se ha sumergido en
un bucle de producción y contención de deuda pública, muchas de las
administraciones públicas en instituciones ahogadas por desfalcos y
despilfarros, las ciudades en hábitats cada vez más desiguales, y entre la
ciudadanía empieza a abundar el riesgo, el desamparo, la xenofobia, la
indignación y el desasosiego, entre otros gérmenes de conflictividad social.
Hoy, tal vez, el pasado inmediato haya comenzado a inspirar nostalgia y los
años venideros miedo.
La acción comunitaria como reto vecinal
La desvinculación paulatina de
los órganos de toma de decisiones políticas y de control del espacio urbano de
la ciudadanía, ha impulsado, por ejemplo, a los y las jóvenes hacia la búsqueda
de espacios propios, algunas veces opaco, pero nunca absolutamente
desvinculados del espacio común más institucional. Internet se ha convertido en
un refugio para la acción política juvenil, como también lo han sido ámbitos
concretos como el ecologismo, el feminismo, el arte urbano, etc. Si el embrión
del renacimiento de los años setenta eran los partidos y sindicatos, hasta
aquellas fechas ilegales, cuando estos se han consolidados como legítimos
representantes de la participación política, otros modelos de acción
comunitaria han canalizado muchas de las ideas e impulsos más genuinos en la nueva
expresión pública ciudadana. Por otra parte, muchos otros movimientos han
continuado con métodos y medios más tradicionales sin cesar su acción de
carácter comunitaria. En algunos casos se ha reducido a determinados ámbitos,
pero en otros continúan en la brega pública y su presencia continúa siendo
notoria.
Ante esta situación social,
contraviniendo la opinión de muchos políticos profesiones, las organizaciones
comunitarias en general y las de vecinos en particular tienen ante ellas un
reto importante: favorecer la cohesión social sin que ello quiera decir
despojarse de la reivindicación, sino todo lo contrario. Desde su labor
transversal, las asociaciones de vecinos y vecinas pueden presentarse como
plataformas catalizadoras del amalgama, cada vez más amplio, de necesidades y
preocupaciones ciudadanas.
La intervención comunitaria no se
centra en el trabajo exclusivo con un sector poblacional ni en un solo ámbito
temático. Cada acción que pretenda resolver cualquier inestabilidad, injusticia
o situación de desprotección ciudadana, ha de desarrollarse en diferentes
ámbitos y con la implicación de todos los sectores poblacionales, comenzando
desde el directamente afectado hasta abarcar entornos afines y la promoción en el resto de ámbitos
sociales. Por ello, la intervención comunitaria debe abordar desde el entorno
cultural, el educativo, deportivo, comercial, hasta a la acción de tanto
jóvenes como mayores.
Teniendo en cuenta la miscelánea
de grupos, necesidades y relaciones sociales que tienen presencia en la
actualidad en los entornos urbanos como el de Barcelona, el reto para la acción
comunitaria es implicar la participación simultánea de personas muy variadas en
la definición y resolución de sus problemas cotidianos, que implican a la
colectividad. Si tomamos en cuenta propuestas de intervención comunitaria como
el proyecto, desarrollado por la Favb, Barri Espai de Convivència (BEC), que tiene como objetivo indagar sobre las
características poblacionales de los barrios y diagnosticar necesidades y
problemas, lejos de presentarse como un programa de estudio técnico de los
barrios de Barcelona, trata de actuar tendiendo puentes entre los diferentes
grupos sociales significativos para plantear soluciones colectivas y
participadas entre la propia ciudadanía. No solo es una forma más democrática
de sistematizar la realidad social y de estudiar los principales problemas del
territorio, es una apuesta firme por la superación de las distancias entre
ámbitos cotidianamente incomunicados y que necesitan conectarse para dar
respuestas óptimas a sus necesidades compartidas y regenerar la convivencia
entre la vecindad.
El BEC trabaja con los centros
educativos con el objetivo de hacer partícipe la palabra de los niños y niñas
en relación a su entorno, lo que les gusta y lo que no, qué cambiarían y cómo.
Sin duda, la mejor manera de defender los derechos de la infancia es
promocionando su acción y sus impresiones. Con la adolescencia también se lleva
a cabo un trabajo similar, pero aquí la incidencia es mayor en fomentar su
organización en torno a sus necesidades y expectativas. Por otra parte, se
accede a organizaciones y entidades sociales de todo tipo, arraigadas en el
territorio, y se entrevistan a agentes sociales claves que ayudan a comprender
el mapa social de los barrios. Entre los resultados principales que se han ido
obteniendo en los diferentes barrios de la ciudad donde se ha realizado el
proyecto, destaca la incidencia que han tenido las revistas BEC publicadas en
el fomento de la pertenencia a la comunidad (por muy diversa que esta sea), la
creación de puentes entre agentes sociales de dispar cariz mediante la
consolidación de mesas de convivencia,
vínculos de comunicación permanente y desarrollo de iniciativas comunitarias
inclusivas.
Ello permite afinar en la elaboración
del diagnóstico como paso previo a la definición de posibles políticas a
implementar. La intervención, no obstante, quedaría limitada si se restringiese
a señalar problemáticas y a plantear supuestas actividades para su resolución.
Esto significaría disponer de un tratado intelectual sin garantías de
continuidad más allá del interés particular que algunas personas puedan tener.
Se debe dar un paso más y tratar de incluir, favorecer o incentivar a la acción
por parte de los propios actores sociales e incitar al ejercicio de compromiso
con la comunidad. Se trata, sin duda, de un reto y de una nueva manera de
enfocar la función de las organizaciones vecinales, en la medida de lo posible
con el soporte de sus estructuras de segundo grado (federaciones y/o
coordinadoras).
Hacia un nuevo horizonte de movilización vecinal
Mirando atrás, muchos hoy en día
imaginan estabilidad laboral, aspiraciones personales, participación política e
ímpetu por prosperar, entre otras ilusiones. Hacia el futuro se proyecta la
desprotección y la desesperanza, e incluso, en algunos casos la emigración.
Como ejemplo, siguiendo afirmaciones de la mayoría de los informes y medios de
comunicación, los y las jóvenes actuales conforman la generación mejor
preparada de nuestra historia, la más productiva y, sin embargo, tenemos una
prosperidad más que incierta. Recordando los inicios de las luchas vecinales
que acabaron por constituir en las ciudades españolas las asociaciones de
vecinos y vecinas, a partir de su legalización, también nos encontramos con
épocas de incertidumbres y resistencia social abanderadas por una juventud, la
de los sesenta y setenta, también preparada e inquieta. Propició la
movilización de la ciudadanía reclamando derechos, justicia y dignidad, guiados
por el sentido común fraguado en las relaciones comunitarias más locales,
inspirado por la aspiración al acceso a ideas y proyectos globales de libertad
y participación política.
Aquellos episodios de
reivindicación de expresión política en el espacio público que abundaron
durante los setentas y ochentas, y que parecieron calmarse a partir de los
noventa, han comenzado a instalarse desde hace poco en nuestras calles, pero
desde hace algo más de tiempo en los espacios virtuales de expresión a través
de Internet. La nueva juventud del siglo XXI, aquella que creció en pleno
crecimiento de la ilusión finisecular, decepcionada hoy en día con una
meritocracia fraudulenta, los riesgos crecientes de exclusión y desigualdad
social y la reducción de sus oportunidades para participar en la toma de
decisiones políticas, encontró como una de las vías preferentes para la
expresión y protesta pública los canales de interacción virtual. Internet, como
un espacio más cercano y flexible a sus necesidades cambiantes y a sus nuevas habilidades
sociales y tecnológicas, lleva unos cuantos años siendo uno de los ambientes
más prolijos de expresión juvenil.
Las asociaciones de vecinos y
vecinas han tenido un papel determinante a la hora de articular la expresión de
las comunidades más concretas, con las necesidades más específicas del abanico
social de las ciudades. También han ejercido un rol fundamental en la cohesión
de los barrios y en el consenso de posturas colectivas ante la ejecución (o
ausencia) de intervenciones por parte de las administraciones públicas tanto en
el plano social como en el urbanístico. Por descontado, también han servido
como plataformas de protección comunitaria de la ciudadanía. Por eso, hoy más
que nunca, las asociaciones de vecinos y vecinas han de constituir un ente
fundamental de vertebración tanto de la protección, como de la expresión
política de los ciudadanos. Para ello, han de superar sin miedo los obstáculos
que les separan de las nuevas formas de comunidad, de la diversidad cultural
que se ve en la calle y en la red, de las actuales demandas sociales, y de las
nuevas maneras genuinas de canalización de la expresión política más cotidiana
y cercana. Y ante los retos que supone un mundo en continuo cambio y, hoy en
día, en decadencia económica, con evidentes síntomas de crisis social fruto,
por encima de todo, de un déficit de posibilidades de participación democrática
y de políticas sociales de corrección de la desigualdad, es urgente la
incorporación a las dinámicas asociativas vecinales de la juventud actual:
versátil, formada y deseosa de prosperidad.
En definitiva, no
podemos permitir que la nueva expresión ciudadana no encuentre cabida en
nuestras asociaciones de vecinos y vecinas. En ellas debiera de disfrutar de su
continente más cómodo y su vehículo de acercamiento intergeneracional y
pluricultural. Con más razón ahora, la acción comunitaria ha de dirigirse a la
canalización de la indignación colectiva creciente a través de instituciones de
cohesión social que se han de versatilizar y reconvertir en verdaderas
plataformas de acción colectiva. Es decir, teniendo como máxima el bien común y
la convivencia en los barrios, acercando a las diversas comunidades urbanas
desde la óptica de la inclusión, la participación y el consenso, necesitamos
producir espacios de expresión y acción comunitaria que la corrupción, el
despilfarro y la insensatez de la clase política ha negado a la ciudadanía. La
asociación de vecinos y vecinas del barrio podría ser un lugar excelente para
construir este espacio y nuestros jóvenes los actores y actrices protagonistas
del cambio social. No dejemos escapar la oportunidad.
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